Muchos de nosotros hemos recibido desde pequeños recomendaciones sobre el uso doméstico del agua como, por ejemplo, cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes o acortar el tiempo y reducir el flujo de agua cuando nos duchamos para preservar este bien tan preciado. Sin embargo, rara vez se hace hincapié en el agua consumida (directa e indirectamente) por la ingesta de alimentos y que constituye alrededor del 90% de nuestro consumo diario, frente al agua destinada a beber y para uso doméstico que no constituye más que el pequeño porcentaje restante.
Según datos de la fundación Water Foodprint Network, para producir 1 kg de verdura y 1 kg de fruta son necesarios 322 y 962 litros de agua respectivamente (las cantidades varían para diferentes verduras y frutas). Y aunque estas cantidades pudieran parecer elevadas, son en realidad muy reducidas si las comparamos con las empleadas en la producción de carne, siendo requeridos 4.325 litros para producir 1 kg de carne de pollo, 5.988 litros para 1 kilo de carne de cerdo, 8.763 litros para 1 kg de carne de cordero y la friolera de 15.415 litros de agua para producir 1 kilo de carne de vacuno. Teniendo en cuenta que existen más de 17.000 millones de individuos/reses de ganado en todo el mundo, podéis haceros una idea de la cantidad de agua necesaria para regar y cultivar el grano que los alimente.
Echando cuentas obtenemos que la cantidad de agua que se ahorraría con la abstinencia de carne durante un solo día sería de más de 2.000 litros (7 bañeras llenas), lo cual hace que los aproximadamente 10 litros de agua que se pueden preservar por cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes se nos antojen ridículos (aunque no por ello debemos dejar de hacerlo). Teniendo presente que el agua es un recurso terriblemente escaso y sabiendo que podemos obtener las proteínas necesarias para nuestro organismo por vía diferente de la explotación ganadera (incluso de procedencia animal como es el caso de la pesca salvaje), no hace falta ser un lince para advertir la necesidad de ahorrar agua empezando por nuestra alimentación, limitando el consumo de carne (especialmente la que procede de las explotaciones intensivas), lo que reducirá además la presencia de ácido úrico y ácidos grasos en nuestro cuerpo reportando importantes beneficios a nuestro organismo.
Si a esto le sumamos que el actual sistema industrial de la ganadería intensiva es un insaciable consumidor de combustibles fósiles además de un inagotable productor de desechos tóxicos, que los animales criados en estas condiciones reciben importantes dosis de antibióticos pues de otra forma no sobrevivirían en unas condiciones tan antihigiénicas como contranaturales (lo que incide en la resistencia de las personas a los antiobióticos), además de otras consecuencias indirectas desfavorables para el medio ambiente y achacadas al negocio de la carne, reuniremos los elementos necesarios comprender que no se trata de una cuestión banal.
Y puesto que resulta mucho más fácil modificar levemente los hábitos alimenticios que tratar de cambiar leyes e ir en contra de intereses de grandes multinacionales, y sin llegar a pedir al lector que recurra al vegetarianismo, espero al menos que se plantee tener uno o dos días sin carne a la semana o considere la posibilidad de reducir su consumo (si no lo ha hecho ya). Confío que tenga presente cuando planifique su compra semanal que cada día sin carne significa 2.000 litros de agua ahorrados y una mejor cara de nuestro planeta.